En el Museo de Arte Moderno de Bogotá se abrió la exposición 'Vladdo: opiniones no pedidas'. Y esta entrevista lo que hace es exactamente lo contrario: Buscar opiniones pedidas en el gran caricaturista. Atrevido pero no grosero, denunciante pero no falaz, bien informado pero no sensacionalista. Este Vladimir Flórez, de 55 años, ha dedicado su vida entera al lápiz, como dibujante y como escritor. Se advierte divertido cuando afirma que la mejor fuente de su trabajo hoy es el Centro Democrático, con sus principales estandartes y voceros.
¿Qué lo llevó a hacer esta exposición?
Fue un proyecto que surgió en una conversación con Claudia Hakim, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, con motivo de los 25 años que llevo en 'Semana' y los 20 años de publicación de 'Aleida'.
¿De dónde salió Aleida?
Yo creé a Aleida para desconectarme de las noticias de la actualidad, de la violencia, del narcotráfico, de la guerrilla, etcétera. Para hablar de cosas cotidianas, atemporales y sin ubicación geográfica; al fin y al cabo, los temas del amor o del desamor nos afectan a todos por igual.
¿Aleida siempre está buscando el amor?
Sí, pero nunca lo encuentra. De hecho, cuando yo estaba preparando el primer libro de Aleida, le pedí a García Márquez un comentario para incluirlo en el libro, y Gabo me envió por fax, desde México, una frase que decía: "Lo único que le falta a Aleida para ser perfecta es un poco de amor". Y tenía toda la razón, pero el día en que le vaya bien a Aleida en el amor y tenga una historia con final feliz, se me acaba el personaje.
¿Aleida refleja su vida personal?
Yo he tenido más de un desencanto amoroso, como todo el mundo.
Ella representa el abandono, el desamor, la soledad, la ilusión y los sueños... ¿Usted ha vivido eso?
Algo. Pero Aleida también es el símbolo de la independencia; invita a la mujer a no dejarse pisotear por los tipos; defiende una posición feminista, moderna, autónoma e independiente, que va en contravía de los valores tradicionales con los que muchas mujeres fueron formadas, sobre todo en mi generación. Además, Aleida maneja una buena dosis de cinismo que le permite burlarse de sí misma.
¿Por qué se le ocurrió Aleida y no Aleido?
Como en las caricaturas políticas siempre estamos pintando hombres, a mí me parecía interesante, era un reto, dibujar a una mujer y explorar su pensamiento, pues siempre he tenido mucha cercanía con las mujeres. En el colegio, en mi salón éramos seis muchachos y 16 mujeres; y como yo no practicaba ningún deporte, en los ratos libres me la pasaba hablando con mis compañeras. Ahí aprendí, por ejemplo, que 34B no es una dirección.
Sobre la exposición en el Museo de Arte Moderno, ¿qué incluye la muestra?
Hay caricaturas, dibujos, piezas de diseño, viñetas originales, bocetos... Yo dibujo primero en lápiz y después con tinta o dibujo digital.
¿Hasta dónde ha afectado la digitalización su trabajo?
Trato de que no me afecte tanto, lo mismo que hago con el celular; no me considero esclavo ni adicto a lo uno ni a lo otro. Claro que la tecnología nos facilita el trabajo diario, pero, a fin de cuentas, lo digital no es más que una herramienta que si uno la usa bien, es muy útil.
¿Qué es ser un buen caricaturista?
Se supone que el buen periodismo consiste en decir lo que alguien no quiere que se diga o que se sepa, y, en cierto modo, las caricaturas ayudan a hacer eso. Muchas veces, las caricaturas tienen dos mensajes: uno explícito que lo entiende cualquiera y uno más sutil que lo entienden quienes conocen bien los temas, los iniciados.
¿Qué se necesita para hacer bien ese trabajo?
Primero, estar bien informado; segundo, ser oportuno: el tema debe ser actual, y tercero, que es lo más importante, aunque depende de las dos cosas anteriores, transmitir algún mensaje. Muchas veces, un buen mensaje salva un mal dibujo; en cambio, un buen dibujo no salva una mala idea. Si el cuento es malo, la caricatura no logra salvarse, así el dibujo sea extraordinario. Y hay que mostrar, por supuesto, un ángulo diferente a lo que la gente oyó en la radio o vio en televisión o leyó en el periódico. Esa es la licencia que tenemos los caricaturistas: darle un sentido picaresco, un doble sentido, no vulgar, a una afirmación o a una situación.
"Muchas veces, un buen mensaje salva un mal dibujo; en cambio, un buen dibujo no salva una mala idea. Si el cuento es malo, la caricatura no logra salvarse, así el dibujo sea extraordinario"
¿Es errado pensar que un buen caricaturista es simplemente un buen humorista?
Totalmente. Por lo menos, yo no me considero humorista. Creo que debemos ser ante todo comentaristas, críticos, analistas; dibujantes de lo absurdo. Explotamos lo irracional, la mentira, la doble moral, la hipocresía de la clase política, del gobierno, del Congreso, de la Iglesia, de las instituciones, de las grandes compañías.
¿La caricatura es fundamentalmente crítica?
Sin duda.
¿Pero también es elogiosa?
Rara vez. Los gobiernos, los políticos tienen por lo general a alguien que se encarga de los elogios, de las relaciones públicas; nosotros, no. De alguna manera somos como recicladores de las cosas malas, no de las buenas, porque las cosas buenas se defienden por sí mismas. Con la caricatura es mejor ser 'mal pensados'.
¿Ustedes son buenas personas en el sentido en que hablaba Kapuscinski, cuando decía que "alguien que no es buena persona no puede ser buen periodista"...?
Creo que sí. En esta profesión hay que tratar de ser ético, consecuente, íntegro, coherente... Y en cuanto al temperamento, algunos creen que uno es amargado, perverso, furioso. Pero es que uno a veces está de buen genio, tranquilo, sonriente, y otras veces está preocupado, molesto, de afán o distraído, como cualquiera.
Pero algunos piensan que el caricaturista siempre tiene ganas de hacer daño...
Exacto. Y otros piensan que uno vive todo el tiempo en modo circo. Ni somos bufones ni necesariamente gruñones. Alguna vez le pregunté a Fontanarrosa, el famoso caricaturista argentino, qué era lo más complicado de ser caricaturista y me dijo que lo más difícil era convencer a los amigos de que las fiestas no se arreglan cuando uno llega. Es que la gente cree que uno siempre tiene un chiste.
¿Los caricaturistas tienen más enemigos que amigos?
Aunque uno no se dedica a la caricatura para conseguir amigos, sucede una cosa muy curiosa: muchos políticos y personajes se sienten honrados cuando uno los dibuja; pero hay otras personas que son menos tolerantes. Muchas veces son más sensibles los amigos o la familia de los políticos que ellos mismos.
¿Hasta dónde refleja el mensaje de sus caricaturas su pensamiento político?
Las caricaturas son subjetivas y, como toda opinión, reflejan lo que uno piensa. Lo que pasa es que aquí se tiende a confundir la posición política con la posición partidista; hay liberales muy godos, como Álvaro Uribe, que se las da de liberal, pero es ultraconservador y retrógrado en sus posiciones, y hay conservadores muy liberales como Álvaro Gómez, personaje fuera de serie con el que trabajé años.
Álvaro Gómez fue, además de gran pensador, un extraordinario dibujante....
Así es. Yo trabajé con él en 'El Siglo' y jamás censuró ni criticó mis caricaturas. Siempre las aceptaba, aun en contra de la opinión de su hermano Enrique, que es muy retardatario. Yo no soy conservador ni liberal; si acaso, alvarista. Soy independiente, pero la gente tiende a matricularme, a etiquetarme. Cuando hago caricaturas sobre Maduro se me viene toda la izquierda encima diciendo que me volví neoliberal o uribista, y cuando hago caricaturas de Uribe me cae la derecha diciendo que soy un maldito comunista, castrochavista, guerrillero infiltrado...
¿Cuánto lleva dibujando?
33 años exactamente, y llevo muchos años escribiendo; pero casi nadie sabía que yo podía escribir, hasta cuando empecé a hacerlo en EL TIEMPO. Al comienzo, la gente me preguntaba, '¿usted es el mismo de las caricaturas?'
¿Dónde perfeccionó usted su capacidad para el dibujo?
Estoy muy lejos de la perfección, Yamid, pero estudié diseño publicitario y después me gané una beca e hice un curso de diseño gráfico en Holanda. Y ahora volví a la Universidad Jorge Tadeo Lozano a terminar la carrera de publicidad, que había dejado empezada hace 35 años.
¿El sentimiento suyo hacia una persona o un personaje influye en su dibujo?
Por supuesto. Cuando un personaje sale con algún disparate, mi primera reacción es pensar: "Este es mucho sinvergüenza o mucho imbécil". Pero, a la hora de dibujar, caigo en la cuenta de la gran responsabilidad que tengo y concluyo que no me puedo dejar llevar por mis percepciones ni mis impulsos iniciales. Y al final puedo hacer una caricatura muy crítica o muy fuerte, pero sin ser grotesco o de mal gusto.
En este momento en la política, ¿qué personajes facilitan su trabajo?
El Centro Democrático es una fuente de inspiración. La desafinada senadora Cabal, el presidente del Senado, el doctor -entre comillas- Macías; la energúmena senadora Paloma Valencia; el mismo expresidente Uribe, que dice cada cosa en Twitter, que ¡eh, avemaría...! Todos ellos son minas inagotables porque salen a veces con declaraciones que son contradictorias, algunas falsas, otras que son preocupantes y así... Uribe lanza mensajes apresurados que luego tiene que explicar, pero nunca corregir porque él jamás rectifica; es mesiánico.
¿Todas sus caricaturas están basadas en hechos ciertos?
Todas. Hay que tener en cuenta que los caricaturistas podemos exagerar pero no inventar, y en eso soy muy riguroso. Muchas veces toca confrontar fuentes, para no caer en alguna trampa o para evitar imprecisiones.
¿Alguna vez ha sido víctima de 'fake news'?
No. Soy muy cuidadoso en eso y trato de no reproducir alegremente cosas que circulan en redes; a menos que se trate de hechos bien documentados.
¿Quién es el mejor caricaturista que ha tenido Colombia?
Héctor Osuna, quien acaba de cumplir 60 años haciendo caricaturas; nadie lo supera. A veces estoy de acuerdo con él, otras veces no; coincidimos en unas cosas y en otras diferimos; pero él es impecable, es independiente, tiene un trazo absolutamente fantástico. Y además nos ha enseñado a defender la independencia de los caricaturistas frente a los medios para los que trabajamos.
Osuna parece fundamentalmente un juez...
Hubiera podido serlo, pues estudió derecho y, de alguna manera, observa como un juez las conductas del político, tratando de ser muy justo y equilibrado.
¿Qué es lo que más le gusta a usted de ser caricaturista?
La caricatura es una modalidad del periodismo que nos permite transmitir la opinión de la gente, ser la voz del ciudadano de la calle; nos ayuda a canalizar el descontento del ciudadano, que no siempre es escuchado por quienes gobiernan ni por los que estamos en los medios.
¿Acaso está usted siempre de acuerdo con lo que piensa la opinión pública?
A veces, pero siempre me interesa saber qué temas se están moviendo, qué preocupa a la gente, qué le molesta, qué necesita. Eso me permite entender un poco mejor la sociedad y el país, cosa que resulta muy importante para mi trabajo.
YAMID AMAT
Especial para EL TIEMPO