El escritor y pensador José Saramago (Portugal, 1922) goza de una admiración sin limites por un mundo que lo ha consagrado con una de las principales figuras literarias del ultimo siglo. Saramago es dueño de un mundo propio que creó libro a libro desde su primera novela Tierra de pecado (1947), o su trabajo narrativo de Memorial del convento (1982) y La balsa de piedra (1986), hasta el escándalo y la controversia de El evangelio según Jesucristo (1991) o la indiscutible originalidad de Ensayo sobre la ceguera (1996) y La caverna (2000). Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1998, siendo el primer portugués en conseguirlo.
Escéptico e intelectual, Saramago mantiene una postura ética comprometida con el género humano. Es desde siempre miembro del partido comunista. Se sumó a la llamada Revolución de los claveles que acabó con la dictadura en Portugal (1974).
Vino a Colombia en desarrollo de una gira por varios países para promover su última novela Ensayo sobre la lucidez, su creación más política, donde plantea una original hipótesis sobre lo que pasaría en un pueblo si el 83 por ciento de los electores votaran en blanco.
Dice que desea un reportaje más sobre temas políticos, temas americanos, temas colombianos, que sobre asuntos literarios.
Usted conoce bien la situación colombiana. ¿Se justifica la guerrilla?
La guerrilla tiene toda la justificación cuando la situación es la de un país ocupado por un invasor y la gente tiene que organizarse para resistir. Lo que pasó en Francia en la Segunda Guerra Mundial o lo que ocurre hoy en países como Irak. El concepto de guerrilla tiene algún sentido de nobleza, es decir, ciudadanos que se organizan para resistir al invasor. No creo que ese sea el caso de Colombia. Aquí no hay guerrilla, sino bandas armadas.
Usted es comunista y la guerrilla se ha identificado con el comunismo...
No puedo imaginar a un país con un gobierno comunista que se dedicara al secuestro, al asesinato, a la violación de derechos. Ellos no son comunistas. Quizás en un principio lo fueron, ahora no.
Frente a los graves problemas sociales del país, ¿cuál es la alternativa?
Por un lado, una democracia efectiva que funcione y por el otro, el respeto a los derechos humanos. Cada vez que hay elecciones, se presentan los partidos con sus propuestas para obtener votos. Si los partidos, en lugar de cansarse con tanta promesa que no cumplen, se limitaran a defender la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tendrían un programa de gobierno. Los derechos humanos no se cumplen en ninguna parte. Derecho a la vida, a la existencia decorosa, a comer y trabajar, a la salud y la educación. La gran batalla de la ciudadanía debe ser la batalla por los derechos humanos.
¿Por qué no se cumplen?
Cuando me entregaron el Nobel, el 10 de diciembre de 1998, se cumplían exactamente en esa fecha 50 años de la firma de la actualización de los derechos humanos en 1948. Por esos días hubo en todo el mundo eventos y noticias sobre los derechos humanos. Al año siguiente, el 10 de diciembre del 99, no escuché ni leí ninguna palabra. Estoy muy atento a lo que pasara ya en pocos días, el 10 de diciembre de este año, pero estoy seguro de que nadie hablara de ellos. Los gobiernos no los cumplen. A las empresas multinacionales y a las nacionales no les importa. La ciudadanía esta apática. Los derechos humanos siguen siendo una especie de comedia, peor que una comedia una farsa y, peor que una farsa, una tragedia, porque sólo sirven para la retórica parlamentaria o política cuando conviene, pero luego se les pone una piedra encima y se acabó.
¿Y qué hacer en un país como Colombia, con dos millones de desplazados, con 3 mil secuestrados, con mujeres maltratadas, con niñas violadas, con niños en la guerra, con hombres asesinados...?
Como consuelo debo decir que para aliviar grandes males, grandes remedios: votar en blanco. Que se acabe con esa especie de fatalidad casi mecánica de votar por ese señor o por aquel otro para que todo siga igual: la policía con sus atropellos, las bandas armadas con sus secuestros, la gente con su hambre y su desempleo; la ciudadanía tiene que decir basta. Pero no es decir "basta" y quedarse en casa, es decir, abstenerse de votar; es decir "basta" y votar en blanco. Le aseguro que se notaría y que el sistema empezaría a temblar.
¿Usted ha votado en blanco?
No, yo nunca he votado en blanco.
Si no lo ha hecho, ¿por qué lo promueve?
No estoy haciendo promoción, ni apología del voto en blanco. Digo "el voto en blanco es y existe" y pueda que ocurra, en alguna circunstancia, que sea la única respuesta posible.
¿Pero usted lo justifica?
No, pero le voy a decir esto: si yo fuera colombiano y tuviera la ocasión de votar, votaría en blanco. Por una razón muy sencilla: el entorno que hay, no me satisface. Así expresaría mi descontento.
Si ganara el voto en blanco, ¿sería un descalabro para la democracia?
¿40 o 50 por ciento de abstención no es un descalabro para la democracia? Y esto nos conduce a la peor de las conclusiones: la de los políticos que prefieren la abstención porque a ella ya se acostumbraron y nos han hecho acostumbrar a nosotros.
En su última obra, 'Ensayo sobre la lucidez', narra, precisamente, lo que ocurre en un pueblo que decide votar en blanco. Pero también denuncia que el poder económico es el que realmente tiene el poder, no el poder político...
La influencia, el dominio del poder económico sobre la autoridad política no es de ahora, es de siempre. Lo que pasa es que, en nuestros días, el imperio económico, imperio financiero, se tomó el mundo. A eso lo llaman "globalización". Todo está por debajo del poder económico. En el fondo los gobiernos no gobiernan. Ordenan cosas en lo cotidiano. Pero, en lo esencial, que es lo que determina la vida concreta de la gente, nada hacen. A lo mejor no pueden, a lo mejor no quieren, a lo mejor es mitad no quieren y mitad no pueden. Hay señores que están por encima de todo esto, y me da la gana decirlo, por encima del bien. Sí por encima del bien, no por encima del bien y del mal. ¡No! Están por encima del bien, por encima del bien común, pero no por encima del mal. Vivimos en una plutocracia, el gobierno de los ricos.
¿Y la democracia?
La democracia.... El poder político no tiene ninguna forma de controlar los abusos del poder económico que son muchos, innumerables. Vivimos en un sistema llamado 'democrático' en el que el ciudadano no puede hacer nada distinto de quitar un gobierno y poner otro en su lugar, y eso no cambia nada. Yo suelo dar un ejemplo muy sencillo: no hace muchos años se hablaba del buen empleo, del pleno empleo. Eso se acabó y ahora vivimos lo que se llama eufemísticamente "movilidad social". Es un insulto llamar "movilidad social" a esta situación de precariedad de empleo en todas partes.
¿Pero esa situación no es culpa de los gobiernos?
No. A ningún gobierno con alguna inteligencia se le ocurriría. Es el poder económico el que ha creado estas nuevas concepciones del empleo. El poder económico ha dicho: hagan las leyes necesarias para flexibilizar el mercado de trabajo y que funcione como nos gusta. ¿Se puede seguir hablando de democracia en una situación así?
¿Sus relaciones con Cuba y con Fidel Castro siguen rotas?
Yo dije en abril del año pasado, luego de los fusilamientos de los tres cubanos que secuestraron un ferry en La Habana, que Cuba no había ganado ninguna batalla heroica fusilando a esos tres hombres, pero que sí había perdido mi confianza, dañado mis esperanzas y defraudado mis sueños. Sigo pensando igual. Dije que, a partir de ese momento, Cuba seguiría su camino y yo me quedaba. Hasta aquí he llegado, dije, y hasta ahí llegué.
¿Cree que sus opiniones influyeron en algo para obtener el Nobel?
No. No, el Nobel se atribuye por razones literarias. Antes del Nobel, decía lo que estoy diciendo ahora. Lo que pasa es que el Nobel es como una especie de amplificador de la voz para todo lo que uno dice. Pero ni el Nobel me ha hecho decir lo que antes no decía, porque yo lo decía, ni me ha hecho callar, porque nunca he callado lo que tengo que decir.
Es explicable que un joven a los 17 años sea comunista, ¿pero también lo es que un hombre a su edad lo sea?
¿Conoce el dicho de que "quien a los 20 años, no sea revolucionario, no tiene corazón y quien a los 40, lo siga siendo, no tiene cabeza"? Yo sigo teniendo corazón y cabeza. Por lo tanto, soy lo que he sido antes. A los 82 años se puede seguir con la misma ilusión.
Pero usted tiene una tremenda reputación de pesimista...
Es que los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.
¿Usted cree que el pueblo de E.U., por ejemplo, al reelegir al presidente Bush, mostró que estaba encantado con lo que había?
Bush es muy estúpido y a los estúpidos hay que tenerles paciencia. Para ser presidente en Estados Unidos se necesita ser rico, porque no hay memoria -por lo menos reciente- de un presidente que hubiera salido de la clase obrera y tenido el apoyo de la gran industria del petróleo y de las armas que ponen en la cabeza del gobierno a un representante suyo. Bush es un hombre que miente sin pudor.
En Colombia, además de los problemas mencionados, estamos acabando con nuestros indígenas, tanto la guerrilla, como el paramilitarismo y el narcotráfico, los están asesinando...
Este genocidio lento contra los verdaderos dueños de la tierra americana empezó en el año de 1492 y sigue implacable. No hablo sólo de Colombia, hablo de los indígenas de Chenalhó en Chiapas (México) o de los mapuches del sur. Me deja sin ánimo que a la gente no le importe nada lo que pase con los indígenas; es la señal de la marca del colonizador. De seguir así, un día se acabará con los indígenas de América, como si fueran una especie de animales que un día se extingue y la gente dirá: "Fue un crimen más, para añadir a los otros crímenes que se han cometido contra los indígenas".
¿Para dónde va el mundo?
Hace unas semanas, estábamos en Milán mi mujer y yo cenando con Umberto Eco. Me dijo en un momento: "Tengo miedo del futuro por mi nieto". Si usted analiza lo que acabo de decir en este reportaje, hallará que todos debemos tener miedo del futuro.