Mucha más educación pública y mayor cuidado al campesino son los dos grandes anhelos de la Iglesia colombiana para el nuevo año. La definición la hace para este cronista de EL TIEMPO el arzobispo de Bogotá, cardenal primado de Colombia monseñor Luis José Rueda.
Es el décimo entre once hermanos. Nació en San Gil, Santander. Trabajó como obrero en una fábrica de cementos antes de ingresar al seminario. Los estudios de teología los adelantó en el seminario arquidiocesano de Bucaramanga.
¿Cuál podría ser su petición de Navidad, monseñor Rueda?
Son muchísimas, pero digamos que invirtamos más en la educación pública y más cuidado para los campesinos; que no sean presa fácil de economías ilegales. Dar oportunidad a tantos jóvenes que son víctimas del narcotráfico. Por lo tanto, mi propuesta sencilla, no de un técnico, sino de un colombiano que es arzobispo de Bogotá, es que nosotros busquemos educar más, educar para la existencia, educar para el respeto a la vida. Y defender a la familia.
¿Qué recomienda usted hacer en el país para incrementar la educación?
Los países más desarrollados invierten gran porcentaje de la riqueza nacional a educar a las personas, y la educación lleva a mejor calidad de vida, a que las personas tengan posibilidad de desarrollarse. La verdadera y profunda educación empieza por la familia; hay que valorar la educación que da la familia. Hay que estimular lo que significa esa primera escuela de humanidad y de vida que es cada hogar. Hay muchas posibilidades, de tal manera que los jóvenes y los niños sientan que la educación para ellos no es una conquista imposible, sino que es algo absolutamente viable, que todos los colombianos tengamos educación. Ellos, los mismos ciudadanos educados, se convertirán en transformadores de la sociedad, en líderes renovados en colombianos, hombres y mujeres capaces de trabajar por una Colombia mejor, más vivible. Una Colombia donde todos nosotros tengamos un lugar sin estar amenazados por nadie ni por nada.
¿Y cómo hacer para que todos los niños y jóvenes tengan acceso a la educación? ¿Cuál es la educación que necesita Colombia hoy?
Yo creo que Colombia necesita una educación en valores que tenga como fundamento la ética, y estoy hablando de la ética civil, de la ética ciudadana, cuando nos humanizamos más aprendemos a relacionarnos con la casa común. No generamos tanta contaminación, destrucción, deforestación y daño a la casa común. Cuando nos humanizamos somos capaces de solucionar los conflictos por vías dialogadas. Cuando nos humanizamos más somos capaces de respetarnos en nuestras diferencias. Por lo tanto, lo que necesitamos es una educación con una ética que nos lleve a mayor humanización.
¿Cuál es el mayor desafío que tenemos, aparte de males como el narcotráfico?
Creo que en los últimos 50 años Colombia ha carecido de unidad. Le falta unidad en todos los sentidos. En la identidad, en tener metas comunes para trabajar juntos, en la capacidad de tolerarnos en medio de las diferencias, en buscar lo fundamental, lo esencial, en ponernos de acuerdo, hacer consensos y trabajar juntos. Es decir, lo que hemos dicho con la figura de la barca, remar juntos como colombianos para el mismo puerto.
A usted, como mayor representante de la Iglesia católica en Colombia, monseñor Rueda, ¿qué le ha parecido el presidente Petro como jefe de Estado?
Yo no soy quién para juzgarlo, pero quiero decir que cada presidente, y también en el caso de nuestro actual mandatario, Gustavo Petro, tiene las mejores intenciones y, sin embargo, no puede aplicarlas en su totalidad. Yo creo que hay cosas muy buenas en el Gobierno, pero también hay cosas que es necesario profundizarlas y llevarlas a mejor término.
Mejor dicho, sí, pero no...
Todo gobernante tiene buenas intenciones y el juicio de los ciudadanos a veces es un punto de vista.
¿Por qué cree que no puede aplicar sus ideas?
Muchas veces por las circunstancias, muchas veces por lo que dice el papa Francisco, en el sentido de que la realidad es superior a la idea. Se tiene la idea, se propone la idea, pero a la hora de ejecutarla la realidad es más grande que la idea y entonces no se logra implementar todo lo que se quería hacer.
Usted diría, monseñor Rueda, que, en el caso del presidente de la República, ¿en cuáles temas él no ha podido aplicar lo que quiere hacer?
Sin hacer juicios, porque no soy amigo de condenar ni de ser juez de las obras de otros, porque eso le corresponde a Dios, quiero decir que a Colombia le quedan faltando muchos trabajos en línea de continuidad y de paz, en línea de temas tan importantes como la educación, la infraestructura, tener una visión de Estado que no dependa de uno o de otro gobernante, sino de que haya una línea de continuidad que permita avanzar en un desarrollo integral. Que tengamos una visión común del país que queremos para el año 2050.
¿Y por qué hasta el año 2050?
Debemos tener una visión de país a largo plazo que no dependa de las posturas personales del presidente que elijamos, sino que el presidente llegue a trabajar y a empujar la barca para llevarla a buen puerto. Metas a largo plazo.
Pero le insisto: ¿por qué hasta el año 2050?
Porque estoy poniendo una meta prospectiva. El tiempo pasa demasiado rápido y realmente en cuatro años un presidente no logra transformarlo todo, no logra aplicarlo todo. En cambio, si tenemos una visión de país, en el año 2050, que será la mitad de este siglo, habremos logrado algunas metas bien consolidadas.
El año próximo es un año fundamentalmente preelectoral en Colombia. ¿Qué consejo daría usted a nuestros compatriotas y a nuestros dirigentes?
Yo creo que a Colombia le hace falta una renovación desde dentro, es decir, desde el corazón. Necesitamos vivir una sociedad donde se respete la vida, donde seamos capaces de trabajar juntos. Nos hace falta que nosotros nos comprometamos por construir un proyecto de país unificado. En Colombia es necesario que nos renovemos y que haya una reforma desde la conciencia profunda del corazón para que tengamos liderazgos empáticos, liderazgos sinceros, liderazgos fraternos y para que no nos estigmaticemos, no rivalicemos y no nos ataquemos entre nosotros, sino que digamos vamos a construir la Colombia que queremos.
¿Qué quiere decir? ¿Qué Colombia necesita una renovación de qué?
Significa que nosotros los seres humanos debemos ver en todos los escenarios de nuestro diario vivir la posibilidad de ser mejores, no acostumbrarnos a la violencia, no acostumbrarnos al mal ni a la agresividad, ni acostumbrarnos a esas economías ilícitas, no acostumbrarnos a hacer enemigos dentro de la misma casa. Entonces se necesita una renovación antropológica, personal, humana, de hombres y mujeres que lleven a una renovación social profunda y sostenible.
¿Una renovación también de quiénes?
Todos los colombianos somos seres humanos, entonces todos necesitamos renovarnos. Nadie tiene la última palabra, la última palabra es el bien.
Y con respecto a la afirmación suya en el sentido de que se necesita para Colombia una reforma en su liderazgo, ¿qué quiere decir?
Es necesario que haya un liderazgo empático, es decir, entender a una persona desde su punto de vista en vez del propio; liderazgo empático y comprometido. Es un liderazgo que no agrede, es un liderazgo que no irrespeta. Es un liderazgo que modera la palabra, que es capaz de tomar la mano del que piensa lo contrario, es decir que es capaz de complementarse con otros, de articularse con otros, que es capaz de hacer sinergias para avanzar en la unidad y en la reconciliación.
Usted cree que, si Jesús volviera a nacer, lo volverían a matar...
Sí, pero el asunto es que Jesús está vivo. Vive entre nosotros. Vive en nuestras comunidades. Vive en nuestras familias. Vive en nuestra historia. Él está presente entre nosotros y algunos lo matan de otra manera, negándolo, persiguiéndolo.
¿Y por qué un hombre como Jesús, hombre, no Dios, logró romper en dos la historia de la humanidad, antes de él y después de él?
Esta antropología del nacido en un taller del obrero José, allá en Nazaret, en un pueblo casi desconocido, encontró desde allí, desde lo sencillo de su pueblo y de su aldea, la posibilidad de amar hasta el extremo de convertir el amor en perdón, en servicio, en entrega, en cercanía, en ternura que transforma. Y el amor nunca pasará. Por eso, el amor fue el que rompió en dos la historia y llenó de esperanza y de luz a la humanidad. Aun en medio de los conflictos del ser humano.
Estamos en Navidad. ¿De dónde salió Jesús?
Jesús tomó rostro de niño en un lugar pobre en Belén, nacido en la pobreza extrema, para mostrarnos que el Dios omnipotente y poderoso se hace pequeño, se hace sencillo, se hace cercano a nosotros para que los seres humanos encontremos la puerta abierta de la plenitud y de la eternidad.
Pero esos son asuntos teológicos. Asuntos de fe. Pero, desde el punto de vista humano, puramente humano, ¿de dónde salió Jesús?
A Jesús no se le puede entender solamente como humano o solamente como divino. A Jesús hay que aproximársele mirándolo como verdadero Dios y verdadero hombre. El que pretenda mirar solamente a Jesús en el aspecto humano empobrece la figura y la misión de Jesús y no encuentra más que un ser humano excepcional. Pero el que pretende ver solamente la divinidad de Jesús, entonces separa la condición humana del verbo encarnado, de la palabra hecha hombre, que es lo que cantamos y celebramos en Navidad. Entonces, en conclusión, a Jesús hay que mirarlo como verdadero Dios y verdadero hombre simultáneamente.
En este momento, ¿en qué actividad de la vida colombiana se requeriría de la presencia de un Jesús?
Toda la vida de Colombia necesita a Jesús. Colombia sin Jesús no es viable. Colombia sin Jesús sería salvaje, sería inhumana. Entonces, todas las dimensiones necesitan de Jesús. La política, la economía, la ciencia, las artes, la vida religiosa, la vida deportiva, la vida cultural, todo necesita la presencia de Jesús.
¿Cuál es su mensaje de Navidad?
La esperanza le da sentido a nuestra vida; es necesario navegar en medio de mares turbulentos, pero con un horizonte de esperanza. Y la esperanza es Dios.
¿Cuál es el horizonte de Colombia?
Creo que en el futuro debemos construir el país que necesitamos en todos los órdenes, en lo económico, en lo político, en el orden público, en la agricultura, en la casa común. Es importante que nosotros tengamos una meta, caminemos hacia allá, rememos hacia el mismo lado.
¿No estamos remando bien?
Yo creo que estamos viviendo dispersos, distrayéndonos en polémicas interminables y estériles. Es necesario que miremos lo que nos une para que proyectemos ese trabajo y todas las fuerzas se encaminen y se orienten hacia allí, hacia el logro de esos ideales del país que los colombianos necesitan. Usted me preguntaba por qué pongo como meta el 2050. Y yo pienso: porque el 2050 es la mitad del siglo y porque vamos a entrar al año 2025 y tendremos 25 años de trabajo bien planificado, bien planeado, concertado y consensuado por todos. Y diremos que fueron 25 años de duro trabajo, de mucho sudor, de mucho esfuerzo comunitario, pero logramos tener una Colombia mejor.
¿Qué es lo que usted llama "polémicas estériles"? ¿Como cuáles?
Cuando nos ponemos a debatir entre nosotros y a estigmatizarnos. Yo creo que la estigmatización es un irrespeto de unos contra otros y que no nos hace progresar.
¿A cuál estigmatización se refiere?
Es ver lo negativo del otro sin descubrir que el otro también tiene un argumento y un deseo de bondad. Es la incapacidad de escucharnos en profundidad para respetarnos y caminar juntos.
Yamid Amat